El ocaso del Sionismo Real

por Pino Cabras y Simone Santini.
Cada episodio que confirme la deriva cada
vez más peligrosa del militarismo israelí – para quien no se haya dado
cuenta: una emergencia grave – nos induce a interrogarnos sobre la
profunda naturaleza del Estado de Israel. Por décadas las cosas
militarmente más brutales y sin escrúpulos que pudiéramos encontrar en
nuestra imaginación, en nuestra época, las veíamos en el racismo del
régimen nazi.

La recurrente brutalidad de las acciones militares israelíes –
consumadas por una clase dirigente belicista – suscita cada vez más una
asociación de ideas con la desfachatez de la Alemania nazi, una analogía
que resulta inconveniente y escandalosa, porque el Estado judío ha
ligado la construcción de su identidad justamente a la memoria de La
Shoah, la catástrofe en la cual los judíos estuvieron entre las mayores
víctimas sometidas por el nazismo.
Nada es más escandaloso que hacer analogías entre quien expone las
marcas de la víctima y quien tiene las señales del verdugo, porque
cualquier conciencia moral no puede aceptar jamás a la ligera que las
culpas del verdugo sean atenuadas valiéndose de alguna
instrumentalización más bien desenvuelta.
Pero esta combinación no se puede ignorar con un alzar de hombros, ni combatir con celo violento.
En cambio debemos preguntarnos – más allá de toda propaganda – porque
Israel después de cada masacre, cada violación suya del derecho
internacional, cada vejación suya infligida a los palestinos, provoca
declaraciones que lo comparan cada tanto a Alemania, la cual perseguía a
los que no eran de raza aria o a Sudáfrica, que perseguía a los que no
eran blancos.
¿Por qué sucede esto, a pesar de que Israel tenga en su interior una
sociedad pluralista y abierta, con una prensa medianamente vivaz y
libre, con estilos de vida asimilables a los de una avanzada democrática
occidental?
¿Por qué a pesar de las duras protestas de las poderosísimas
corrientes de opinión y de los lobby de distintas naturalezas, que en el
mundo simpatizan con la aventura sionista, a Israel se lo compara
justamente con los Estados que mucho más que otros han suscitado
aversión en el mundo también a causa de sus estructuras cruelmente
discriminatorias? ¿Entonces por qué muchos ven a Israel como un Estado
racista?
La respuesta escandaliza y nada contra la corriente principal de los
medios de comunicación, pero es simple y demostrable: Israel es visto
como un Estado racista porque “es” un Estado racista. Un Estado que
desde el origen le ha dado una interpretación fanática a la cuestión
judía a total perjuicio de los no judíos presentes en Tierra Santa.
Partimos de lo que sucede hoy en el suelo sometido a la soberanía
israelí. Nos referimos a un territorio en el cual en su interior sucede
que hay dos redes viales separadas: una moderna para uso exclusivo de
los colonos judíos, la otra residual y descuidada para los palestinos
autóctonos, quienes además en la mayor parte de Cisjordania no pueden
conducir sus propios autos. Aquellos que lo pueden hacer deben someterse
a una densa red de puestos de control que cierra los pasos por horas,
mientras que los judíos tienen una movilidad garantizada y libre. A los
palestinos les ha sido impuesto un sistema de rígido toque de queda que
asfixia la vida civil y la economía. Sectores enteros de Cisjordania que
las fuerzas armadas israelitas clasifican como “áreas militares
cerradas”, no son accesibles a los palestinos, incluidos aquellos que
posean terrenos en ese lugar desde hace generaciones. Viceversa, a
quienquiera que sea aplicada la Ley del Retorno Israelita – es decir, a
quienquiera que sea simplemente judío, en cualquier lugar del mundo – no
se le aplica ninguna restricción.
A los israelíes les está prohibido transportar palestinos en un
vehículo con matrícula israelí, a menos que tengan un permiso explícito.
La autorización concierne tanto al conductor como al pasajero
palestino. Los trabajadores al servicio de los colonos y los mismos
colonos judíos tienen permisos especiales.
A los voluntarios israelíes y de las organizaciones humanitarias
internacionales les está prohibido asistir a una mujer en trabajo de
parto llevándola al hospital. Los voluntarios no pueden llevar a la
estación de policía, a asentar una denuncia, a un palestino que haya
sido robado.
Luego Amnesty International denuncia otros elementos de sistemático
estrangulamiento económico, jurídico y político de la sociedad civil
árabe de los territorios ocupados, que son millones de personas. Son
discriminaciones muy incisivas y estructurales, incluso cuando no pasan
con la ley sino con trámites administrativos metódicos e infinitamente
repetidos: «Las Fuerzas Israelitas han desalojado por la fuerza  a los
palestinos y han demolido las casas, especialmente en Jerusalén Este,
por la razón de que los edificios no tenían permisos. Esas
autorizaciones les son sistemáticamente negadas a los palestinos.
Encima, las colonias israelitas han sido autorizadas a expandirse sobre
territorios confiscados ilegalmente a los palestinos».

Las discriminaciones no se limitan a los territorios ocupados. No
hablamos sólo de Cisjordania y de ese campo de reclusión en el cual ya
se ha convertido Gaza desde hace demasiados años para un millón de
personas, con el embargo que afecta incluso la pasta y los cuadernos.
También dentro de Israel la distinción entre judíos y no judíos se
rige por la ley. Hay diferencias importantes entre ciudadanos judíos y
goym de Israel, con respecto al acceso a los bienes inmobiliarios, a las
uniones familiares y a la adquisición de la ciudadanía. Uno de cada
cinco ciudadanos israelíes es árabe. Si uno de ellos quisiera casarse
con una persona árabe que vive en los territorios, jamás podrá vivir
junto con ella en Israel. Y un hijo de esta pareja puede vivir en
Israel, pero sólo hasta los 12 años, luego debe emigrar.


El “carácter judío” del Estado de Israel tiene implicaciones
discriminatorias muy evidentes. A los gobernantes de Israel les interesa
mucho resaltarlo casi dictándolo a sus interlocutores internacionales,
los cuales se lo dejan dictar sumisamente, como el ex Presidente del
Consejo Italiano Romano, Prodi, en un famoso y vergonzoso micrófono
abierto sin saberlo con el entonces Primer Ministro Israelí Ehud Olmert.

http://www.youtube.com/watch?v=xoOmJwsHUpY

En la época del nazismo, a pesar de las absurdas quimeras de Hitler,
el intento de definir quién era judío se presentaba a menudo como
rompecabezas jurídico. Roberto Finzi lo explica bien, en su libro: L’Antisemitismo: «A pesar de todas las elucubraciones de las teorías y de
las “investigaciones científicas” racistas en Alemania, como más tarde
en Italia, de hecho no se logra individualizar otro criterio que el de
la pertenencia religiosa». Desde allí nacía una tan minuciosa como
inconsciente casuística discriminatoria que individualizaba incluso
“mestizos en primer grado”. En la Alemania nazi “judío y mestizo de
primer grado pueden ser perfectamente hermanos, incluso hasta gemelos;
basta que uno esté enamorado de una joven judía y el otro no».
En el momento en el cual la discriminación cambiase de color, la
atribución de los derechos de ciudadanía en base al Judaísmo de todos
modos presentaría paradojas irresolubles.
Incluso irresolubles en manos de una clase dirigente audaz que
apuntase a la solución nacionalista sionista – es decir la del Israel
que conocemos – para desatar todo el nudo judío, sin lograrlo del resto.
Es una pretensión que ninguna crueldad puede satisfacer.
El porqué lo explicaba Ernesto Balducci en “El Hombre planetario”:
«el caso judío es un caso en sí mismo: cuanto más se razona para
desatarlo en articuladas explicaciones de la historia, más nos
enroscamos alrededor de un “grumo” inexplicable. En tanto, mientras no
es difícil decir quién es un musulmán o quién es un negro, es imposible
decir quién es un judío. El término no indica una pertenencia étnica (no
existe una raza judía) ni una profesión de fe (existen judíos ateos) ni
una patria (hay judíos que no quieren ni oír hablar de Israel) ni una
cultura (hay judíos totalmente integrados en la cultura del país en el
que habitan). Quizás podríamos decir que el elemento esencial del
judaísmo es la comunidad de una memoria histórica: si éste hilo se
corta, el judaísmo encaja perfectamente en lo común de los hombres».
¿Esta fidelidad del pueblo judío a su propia diversidad hay que
entenderla quizás como el residuo de un tribalismo obstinado? No
necesariamente, como explicaremos. Los impulsos homologadores del mundo
globalizado son a menudo peligrosos y el caso judío puede ser visto como
una señal de la fuerte individualidad de las etnias que se colocarán
mañana en el mosaico de la humanidad unificada por los grandes desafíos
planetarios.
Al contrario, el valor universal de los derechos del hombre, tanto
como conquista del pensamiento jurídico, como de práctica concreta, debe
dejar de lado cualquier privilegio exclusivista por la singularidad
étnica.
Balducci aclaraba: “Hasta ahora, cuando hemos elegido seguir la línea
de la fidelidad étnica, hemos manipulado los criterios de la completa
igualdad entre los hombres y cuando hemos elegido seguir la línea de
esta igualdad hemos demostrado hostilidad, teórica y práctica, hacia
toda forma de diversidad, individual y colectiva.
La cuestión judía nos impide hacer cuadrar las cosas, es decir, dar
soluciones a un problema que todavía no se puede resolver, porque faltan
las condiciones. Por este motivo la cuestión judía nos envía al
futuro”.
Un dilema tan delicado no puede residir por lo tanto en las armas
(convencionales, no convencionales, atómicas y propagandísticas)
acumuladas durante décadas por la actual clase dirigente sionista y sus
corresponsables, tanto en sus corrientes religiosas fundamentalistas
como en aquellas secularizadas que no reniegan nada del laico Ben
Gurion, cuando declaraba que “debemos usar el terror, el asesinato, la
intimidación, la incautación de terrenos y el recorte de todos los
servicios sociales para liberar a Galilea de su población árabe”, y que
actúan en consecuencia.
Un nudo como éste es un banco de prueba fundamental para el planeta.
Subestimarlo o pensar en deshacerlo con el aventurismo militar nos lleva
derechos a una guerra de vastísimas y funestas proporciones, un peligro
que se hace cada día más concreto.
Llegar a resolverlo creativamente, con designios políticos de escala
mundial que rediseñen el equilibrio político del Oriente Medio, es la
única tenue luz para evitar la catástrofe. Es una tensión en favor de un
auténtico realismo político. Estamos contra el antisemitismo
precisamente porque este es un problema de alcance global. Enfrentarse
contra el antisemitismo no es solo un modo de tener en gran
consideración la cuestión judía, es un modo de preocuparnos sentidamente
sobre el futuro del hombre. Por lo que debemos estar a la altura de
esta complejidad.
Dos académicos, el geógrafo Arnon Sofer y el demógrafo Sergio Della
Pergola (un israelí que ha nacido y vivido en Italia hasta 1966) de la
Universidad de Jerusalén, en su tiempo consejeros de Ariel Sharon, han
analizado la situación en términos que podemos resumir a continuación:
dadas las actuales proyecciones sobre el crecimiento demográfico, Israel
deberá resolver un problema que tiene tres variables: democracia,
judaísmo, dimensión territorial. Solo dos de estas variables podrían
coexistir en el Israel de los años que vendrán.
Podrá ser un estado democrático y hebreo, pero entonces tendrá que ser de dimensiones reducidas.
Podrá ser un estado democrático y grande, pero entonces ya no será hebreo.
En fin podrá ser hebreo y extenso, pero entonces ya no será más democrático.
Aunque la solución “dos pueblos, dos estados” a este punto ya se
considere unánimemente – tanto a nivel internacional como italiano –
como la única conclusión posible del conflicto, una solución como esta,
siempre y cuando se realice, jamás, difícilmente podrá conducir a una
pacificación de la zona porque no corresponde a los criterios de
justicia y de equidad.
La situación que de hecho se ha creado en Palestina (es decir en los
Territorios y en Israel) no consiente el nacimiento del estado palestino
al lado del de Israel, o tan solo como una mera “expresión geográfica”
privada de los más elementales contenidos de soberanía.
El naciente estado de Palestina tendría la posibilidad de realizar
una política de defensa independiente y no podría tampoco establecer
relaciones diplomáticas con los demás estados en dicha función;
dependería totalmente de Israel en lo que se refiere a la utilización de
recursos minerales, es decir agua y energía.
La conformación territorial que se ha consolidado en el lugar (en
particular en Cisjordania) con la política de los asentamientos y la
construcción del muro “defensivo” hace que los territorios palestinos
sean completamente inadecuados para formar un sustrato geográfico
favorable al nacimiento de un estado soberano.
Con la situación diplomática actual, además, el nacimiento del estado
palestino no resolvería las controvertidas cuestiones de Jerusalén
capital y de la situación de los prófugos que desde 1948 en adelante han
sido obligados a abandonar Palestina.
La solución “dos pueblos, dos estados” podría además provocar una
ulterior fuente de conflicto, latente ahora. Con el nacimiento del
estado de Palestina, el componente árabe con pasaporte israelita que
actualmente vive en el territorio de Israel (aunque con un status de
ciudadanos de serie B, como hemos visto) podría ser “invitada” a
trasladarse en el nuevo estado para realizar dos entidades nacionales
(Israel y Palestina) puras étnicamente. La historia del Novecientos ha
demostrado en otras áreas del planeta muchos precedentes de estos
intercambios, con pérdidas humanas espantosas.
El nacimiento de Israel como estado excluyente, sobre una base
confesional y étnica, así como deseado por la doctrina sionista, ha
producido desde su fundación una herida que no se ha vuelto a
cicatrizar. Si desde los años ’30 se hubiera prospectado el nacimiento
de un estado independiente en todo el territorio de Palestina (que
comprendiera la actual Israel más los territorios) con caracteres
multiétnicos, multi-confesionales, multi-nacionales, el estado hubiera
obtenido muy pronto y quizás enseguida, un carácter pacífico y unitario.
Nos preguntamos: ¿es posible recuperar, ahora, esa perspectiva? Es
decir, ¿el nacimiento de un único estado para dos pueblos? Sesenta años
de guerras y de divisiones han marcado profundamente las dos partes,
hasta el punto de que una posibilidad de este tipo parece utópica. A
pesar de ello todavía existen, tanto en los ambientes pacifistas
israelíes como a nivel internacional, grupos y personalidades judías
que, sobre una base anti-sionista, prospectan la reconciliación con los
palestinos y la posibilidad del nacimiento de una entidad estatal
bi-nacional y multiconfesional.
Que árabes y hebreos, en resumen, puedan vivir juntos con iguales
derechos y dignidad en un único estado. En cuanto a la estructura
jurídica podría inspirarse en naciones que ya existen, como Canadá,
Bélgica o Suiza, países que históricamente, aun habiendo vivido
recientemente algún impulso separatista, han determinado paz y
prosperidad entre etnias distintas aún viviendo en el mismo ámbito
geográfico.
En el plano político esto significa llevar la perspectiva “dos
pueblos, un estado” a nivel de conocimiento y de debate público al fin
de contaminar el pensamiento único fundado sobre “dos pueblos, dos
estados”, una perspectiva que hace pensar a la “realpolitik”, pero que
se demuestra cada vez más estéril y políticamente impracticable.
Con el patrocinio de exponentes y/o grupos políticos internacionales
es quizás el momento de promover convenios y conferencias sobre el tema,
determinando el encuentro entre exponentes hebreos y árabes favorables a
dicho proyecto, con la perspectiva de crear una organización
permanente, internacional. Un foco multiétnico que desarrolle, promueva,
analice y resuelva todas las problemáticas inherentes a la cuestión y
que coagule alrededor de sí misma cada vez fuerzas mayores.
Es cierto, el hipotético Estado Único de la Tierra Santa –que hoy se
encuentra en una zona que ya está muy poblada – se convertiría en una de
las zonas potencialmente más  densamente habitada del planeta, debido a
las especulativas Leyes del Retorno que deberían garantizar a los
palestinos y a los hebreos vivir donde lo deseen, en ese territorio. Un
proceso de “nation building” de esta naturaleza sería costoso. Pero si
se piensa en los miles de millones actuales quemados por los Estados
Unidos todos los años para mandar armas estratégicas, si se piensa en
los anormales gastos de gestión del apartheid, si se piensa en
perspectiva a la salida que podrían tener los negocios de Medio Oriente,
los recursos saldrían, de seguro.
De los inevitables problemas de seguridad que hoy Israel afronta con
unilateralidad militar despreciando la comunidad internacional, deberían
estar a cargo de una masiva presencia de fuerzas armadas, fuerzas de
policía con cooperación civil de todo el mundo. Un año de servicio
militar o civil en Hebrón, en Jerusalén, en Gaza, en Tel Aviv
significarían para toda una generación una experiencia de gran apertura
al mundo.
Hoy el discurso más herético del mundo, o sea desear la derrota
política del proyecto sionista y desear una transformación del estado
que renuncie al equilibrio existente, no es de seguro sinónimo de
destrucción de la presencia judía en Tierra Santa. Sino más bien el
contrario.
“Ahora, de todos los improbables motivos que alegan los sionistas
para ocupar a Palestina”, recuerda Miguel Martínez “el único que tenga
un mínimo de coherencia es el teológico, basado sobre una de las
posibles lecturas de lo que llamamos “Antiguo Testamento”, obviamente 
para quien cree en ello. Y no hay duda de que las tierras israelíes en
la Biblia (donde además no aparece nunca la expresión “Tierra de
Israel”) corresponderían más o menos a la Cisjordania más la Galilea,
excluyendo la mayor parte del Israel previa a 1967. Por lo tanto son
significativos para el judaísmo exactamente esos lugares que los
sostenedores de “dos pueblos dos estados” quisieran que fueran
restituidos a los palestinos”.
No sorprende poder encontrar entre los hebreos ortodoxos una figura
como Menachem Froman, que vuelve al revés los presupuestos del “sionismo
real”.
La Tierra es única y humanamente pertenece a los palestinos; “pero
los hebreos tienen el derecho, y quizás el deber, de vivir en los
lugares más sagrados de esa tierra.
Es decir, un estado único desde el Jordán hasta el mar, con los
mismos derechos para todos sus ciudadanos; y libertad para los hebreos
religiosos de establecerse en lo que ellos llaman Judea y Samaria. En
base al mismo principio, Froman ha defendido las colonias hebreas en
Gaza”.
Froman tiene un diálogo verdadero y cálido también con Hamas y con otras formaciones sociales y políticas palestinas.
El nuevo realismo político procederá –tendrá que proceder- en ambientes inéditos de verdad.
El ocaso del sionismo real y la afirmación de un orden de estado que
custodie en un modo nuevo la casa de las distintas religiones y de los
pueblos del Medio Oriente puede ser el “temporis partus masculus” de la
comunidad mundial.

Traducción de antimafiadosmil.com.
Extraído de: megachip.info
http://www.megachipdue.info/tematiche/guerra-e-verita/3898-due-popoli-uno-stato-per-il-tramonto-del-lsionismo-realer.html

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